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primeras impresiones en bangkok

  • Foto del escritor: Marcia Soto
    Marcia Soto
  • 13 ene 2019
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 5 may 2019

30 de junio de 2017, Bangkok.


Finalmente, llegó el día de mi vuelo a Tailandia. Me despedí de Australia perdiendo mi pasaporte en el aeropuerto. Afortunadamente, la agonía duró sólo unos minutos porque amablemente el personal australiano me lo devolvió.


Mi vuelo tenía escala en Singapur. Sentí de inmediato una diferencia cultural importante. Ahí, la empleada de la aerolínea me trató muy mal porque no tenía tarjeta de embarque para el siguiente vuelo ni vuelo de salida de Tailandia. Me gritaba que no podía entrar al país y si quería hacerlo tenía que comprar un pasaje de salida. Obviamente, me puse nerviosa. Al día de hoy no entiendo qué me reclamaba. Tampoco veo la necesidad de gritar. Todo lo que tuve que hacer fue ir a inmigración ahí mismo en el aeropuerto y que me pusieran un sello en el pasaporte.


Los modales de los asiáticos, al menos en los países que visité son detestables. Muchas veces, no responden cuando se le habla o no dicen palabras de cortesía básicas como hola, gracias, por favor. Quizás los vendedores pueden ser más simpáticos pero no tanto. Con el tiempo aprendí que su maltrato no era contra mí sino que era parte de la cultura. Aunque eso no alivianó la barrera idiomática.

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Mi primera parada fue Bangkok. Lo primero que me pregunté cuando llegué a la ciudad es adonde me había metido. Me pareció todo caótico y pobre. Las casitas amontonadas y precarias, las calles angostas y oscuras, las verederas plagadas de vendedores y comida, todo contribuía a dar una imagen lúgubre. Había un calor húmedo que complicaba cualquier caminata haciéndola insoportable.


Pasé los primeros dos días con Matías, un argentino que conocí en el tren a la ciudad. Aparte del tren nos tomamos un barquito que iba por un río marrón. Resulta ser que en Bangkok es común tomarse un barco para ir a algunos puntos de la ciudad y es incluso más barato que el colectivo. A la noche caminamos por la famosa Khao San Road donde todo es fiesta, alcohol y comida en la calle y bichos raros para degustar.

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Uno de los tantos barcos que conectan la ciudad.

Encontré un increíble contraste entre la ciudad y los templos. Las casitas deslucidas y amontonadas hacían resaltar los templos que podía verse en muchos puntos de la ciudad. Los templos tenían estructuras alucinantes y doradas. Albergaban siempre alguna escultura de buda gigante. En ellos residían los monjes budistas que podían ser vistos por las calles con túnicas naranjas y el pelo rapado. También puede visitar la casa del rey conocida como Grand Palace, un complejo de templos y figuras aún más impresionante.




Grand palace



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