top of page
  • Foto del escritorMarcia Soto

No seré víctima de un homicidio o estafa

7 de mayo de 2017, Sydney.


Me encontré con Jan en la biblioteca principal de Sydney. Lo conocí vía Facebook. Él buscaba un compañero de viaje y yo respondí sin demasiada seguridad. No sabía qué esperar.


Sydney, Australia.

Vi una persona sumamente seria. Una de las primeras cosas que me mencionó es que buscaba trabajo para su vuelta a Bélgica, de donde era oriundo. ¿Quién busca trabajo mientras está de viaje? Con el tiempo, me daría cuenta de que Jan era de esas personas sumamente estrictas que no pueden dejar nada al azar. Él tenía en ese entonces 29 años y a pesar de su rigurosa personalidad, era profesor de guitarra.


Nos tomamos un colectivo a Bondi Beach donde pasamos la tarde con amigos de él. Todas estas horas estuve evaluando si Jan era lo suficientemente normal como para viajar con él sin conocerlo. Básicamente, quería descartar que fuera un psicópata o algo similar. Incluso, con la excusa de que iba a almorzar, me aparté del grupo como una hora. Ahí evalué mis posibilidades e impresiones. Dado que no parecía que Jan buscara una víctima para su próximo homicidio, me fui con él.


Así que empezamos nuestro viaje juntos en su jeep noventoso. Primera parada: supermercado. Quise comprar mi propia comida pero él se adelantó y compró algunas cosas. Segunda parada: estación de servicio. Me ofrezco a pagar una parte de la nafta pensando que sería 20 o 30 dólares australianos. Sin pudor, me pide que pague toda cuenta por un total de 50 dólares. Casi en shock, pago. ¿Cómo alguien te pide 50 dólares como si nada? Hagamos la cuenta, eran en ese momento unos 600 pesos nuestros. Si un desconocido te pide 600 pesos, ¿se los darías?


No me gustó para nada su actitud. En el auto, iba pensando excusas para irme en los días siguientes. “No puedo pagar este viaje”, pensé, “voy a tener que ir a dedo”. Y acá va otra lección mochilera. Si van a compartir un viaje con alguien, especialmente en auto, lo primero que hay que aclarar es cómo dividir los gastos. Se ahorrarán varios disgustos.


A la noche paramos en una playa. Jan cocinó unos fideos con tomate. Muerta de hambre, comí esos fideos insípidos. Se sumó al pobre menú, un frío de esos que no dejan moverte. Más la incomodidad de no saber qué hacer. Me sentía incómoda porque todo era de él, el auto, los utensilios de cocina y demás. No sabía si correspondía tocar sus cosas o no.


Más tarde, él ordenó lo que llevaba en el auto para dormir en la parte de atrás, donde había una cama. “No lo voy a resistir”, pensaba. La comida espantosa, el frío, la cama en el auto, la falta de baño, de ducha, todo.


Tensión, al menos para mí. Durmiendo con un desconocido en un espacio ultra reducido. Con toda la ropa puesta, incluyendo jean y suéter, me metí en la bolsa de dormir. Yo no paraba de hablar por los nervios. Mientras miraba por la ventana para evitar cualquier contacto visual, él me preguntó en qué pensaba. Estaba pensando en lo diferentes que son las parejas de otros países. Como no son muy afectivos en público, uno fácilmente los confunde con amigos. Se lo dije. Entonces respondió: “¿estás pensando en eso porque estamos durmiendo juntos? Nervios por diez.


Por suerte, me dormí. Obviamente, me desperté cincuenta veces durante la noche. No me movía ni un centímetro para evitar cualquier roce. Horas más tarde, llegó el día. Y ahí estaba, mirando el amanecer en el mar. Me sentí mejor. Recordé dónde me encontraba y porqué estaba en la ruta.


Mona vale beach.

bottom of page