top of page
  • Foto del escritorMarcia Soto

Mochileando en la costa este australiana

20 de mayo de 2017, Gold Coast.


Hacía dos semanas que viajaba con Jan. Pude salvar todo aquello que el primer día me resultaba molesto. Con lo cual, nuestro viaje marchaba mucho mejor.


Viajar en auto me resultaba caro, sin embargo, me gustaba. Muchas noches dormíamos ahí, por lo tanto, balanceábamos los gastos de nafta al no pagar hospedaje. Otras veces, acampábamos.


El auto que se convirtió en hogar. Porth Stephen, Australia.

Me acostumbré a vivir on the road, por llamarlo de alguna manera. Cocinaba al aire libre e improvisábamos diferentes formas de bañarnos. Por ejemplo, un día en Gold Coast, nuestro baño consistió en una zambullida al mar y un enjuague en una ducha pública con agua fría. Eso era cotidiano. Muy de vez en cuando nos premiábamos con una ducha caliente en un hostel.


Con respecto al problema monetario, me tranquilizó que ambos lleváramos la cuenta de lo gastado. Este método fue producto de que le dijera a Jan que teníamos que pagar las cosas a medias. Funcionó excepto por las ocasiones en que mi compañero se olvidaba de anotar algunos gastos. En esos casos, me brotaba un odio hacia él increíble que terminaban en berrinches míos. Lamentablemente, esa fue una constante en tiempo en que estuvimos juntos. No creía que sus olvidos fueran malintencionados, sino que la cotización del euro lo ponía en ventaja ante nuestro tan devaluado y vapuleado peso argentino. Algunos gastos resultaban insignificantes para él mientras que para mí era un montón.


Palm bech.

¿Qué pasó con el tema de dormir juntos? A la segunda noche, ya no estaba nerviosa. Después de pasar una linda tarde en Palm beach ya me sentía más cómoda. Noté que se veía muy bien. Alto, bronceado, con unos ojos azules increíbles, De repente dejó de parecerme serio. Al contrario, era divertido. Diez años tocando la guitarra habían rendido sus frutos. De vez en cuando, me dedicaba alguna canción que hacía que yo muriera de ternura.


Una mañana, estábamos acostados en el auto. Me dijo que tenía frío y me preguntó si podía abrazarme. En gesto de aprobación, puse mi mano en su brazo. Pasaron unos minutos y me besó. A partir de ese momento nuestra relación cambió por completo. Unos días más tarde, me consideraba su novia. Fue un noviazgo corto pero inolvidable. Jan compartió conmigo uno de los momentos más esperados e importantes de mi vida y eso es algo que no se olvida.


El punto más al este de la costa este australiana. (Valga la redundancia)

Nuestros días transcurrieron entre playas y bosques. A veces pasábamos días enteros sin hablar con otras personas que no fuéramos nosotros mismos. Ni siquiera contábamos con la posibilidad de usar nuestros celulares porque habitualmente andábamos por lugares tan remotos que ni señal había.


Todos los días nos despertábamos alrededor de las 6 am, gracias a mi involuntaria y a veces odiosa facilidad para levantarme temprano sin proponérmelo. Sin embargo, nos quedábamos en la cama por un largo rato. Desayunábamos abundantemente y luego nos dedicábamos a los quehaceres propios del camping; desarmar la carpa, lavar los platos, hacer las compras del supermercado, etc. Hecho esto, nos subíamos al auto y Jan manejaba al próximo destino. La ruta de viaje siempre la planificaba Jan. En parte porque él era muy organizado y porque yo no tenía interés en pensar a dónde ir. Siempre íbamos escuchando música o jugando juegos de palabras. ¿Cómo se dice sol en español? ¿Y en neerlandés? Como su memoria era excelente, él podía formar algunas frases en español. Yo, por mi parte, no recordaba nada en su idioma. Hacíamos caminatas, nadábamos, sacábamos fotos, veíamos animalitos por doquier, especialmente canguros. Terminado el día, nos disponíamos a armar la carpa o preparar el auto para dormir. Usualmente cocinaba yo y él tocaba la guitarra. Después, a dormir temprano. Esta rutina la repetimos por más de un mes y medio.



bottom of page