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  • Foto del escritorMarcia Soto

Batuhar

Agosto de 2017.

Sihanoukville, Camboya.


A Batuhar, de Turquía, lo conocí en Camboya. Luego de un par de horas en el bus y esquivando a los taxistas que me ofrecían sus servicios, entré al hostel más barato que encontré. Esta persona me saludó y me ofreció tomar asiento. Casi ignorándolo, le pedí que me dijera dónde estaba la recepción. Un hombre que apenas balbuceaba me recibió.


Por esos días transité una serie de situaciones que hicieron quebrantar mi paciencia. Mi ánimo era el peor. Cada vez que Batuhar se me acercaba en un claro intento de entablar conversación, yo respondía con evasivas. No quería hablar con nadie. Sólo quería que mis problemas desaparecieran.


Poco después me fui a una isla y al volver a Sihanoukville, ya me había tranquilizado. Fui a parar de nuevo al mismo hostel. Como por enésima vez, Batuhar me invitó a conversar un rato y finalmente dije que sí. Entonces, estábamos el recepcionista, que terminó siendo el dueño del hostel, el pibe y yo compartiendo una cerveza y unas pitadas.


El dueño, con ánimos de acelerar las cosas, me dijo que a Batuhar yo le gustaba. Me reí. Entonces el turco certificó lo dicho y agregó que había intentado hablarme varias veces pero que yo no le había pasado cabida. Me disculpé por mi falta de simpatía y me excusé culpando a los problemas que había tenido.


Ese mismo dia, me tomé un micro a Bangkok, si no me equivoco, y ni siquiera le dije chau. Sólo lo hice cuando él se acercó a despedirme.


Sihanoukville

Abril de 2019

Estambul, Turquía


Le escribí a Batuhar que estaba yendo a Estambul al día siguiente a su ciudad acompañada por mi madre. Al saberlo, me ofreció alojamiento por toda la semana. No lo creí hasta que llegué al aeropuerto de la capital turca y él estaba ahí, esperándonos.


Nos tomamos incontables medios de transporte y finalmente llegamos a nuestro hotel, donde nos hospedaríamos la primera noche. Batuhar me dijo que debería agradecerle a Alá por su compañía ya que el periplo al hotel fue largo y de noche, el cual hubiese sido difícil de hacer sola.


El chico, en este año y medio en el cual no nos habíamos vuelto a hablar, había dado un giro de ciento ochenta grados. Un día cualquiera, estaba él con sus amigos cuando comenzó a llorar desconsoladamente pidiendo que lo llevaran a una mesquita a rezar. Hasta ese entonces, era ateo. Pero interpretó este evento como una señal divina y se abocó estrictamente a la religión.


Mi semana en Estambul giró entorno a “religión, sí. Religión, no”. Batuhar en nombre de Alá había renunciado a muchas cosas. No fumaba, no tomaba y sólo iba a tener cualquier tipo de acercamiento a una mujer después del casamiento. Yo respetaba su decisión pero no quería que me convenciera de hacer lo mismo, cosa que intentaba a diario.


A veces repasamos nuestros días en Camboya. Él se acordaba muy bien de la tarde que pasamos en Sihanoukville y varios detalles sobre mi persona, por ejemplo, a qué hora yo tenía que tomar el bus. Me reprochó el haberme ido sin saludarlo. Puse la misma excusa de un año y pico atrás lo que habla muy mal de mí ya que debería aceptar que fue descortés y punto.


Al irme de Estambul, no cometí el error de antaño y lo despedí como corresponde y con agradecimiento incluído por habernos alojado esa semana. Su hospitalidad fue enorme sin importar que prácticamente no nos conocíamos.


Estambul.

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