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  • Foto del escritorMarcia Soto

Al costado del camino

28 de abril de 2017, Dunedin.


Dunedin me pareció una ciudad sin encanto. Supuestamente, su atractivo es ser la ciudad más antigua de Nueva Zelanda pero yo la encontré gris y triste. Noté cierto desdén hacia la naturaleza. La rodea el mar pero no hay manera de llegar a él porque los galpones tapan toda vista posible.


Un día, en el hostel más barato de la ciudad, recorrí todos los ambientes buscando mis llaves. En esa búsqueda, Mark me encontró. Su presencia me intimidaba. No hay nada peor que los hombres que tienen conocimiento de su belleza. Era tan seguro de sí mismo que no tardó nada en invitarme a tomar algo. Si fuese argentino, diríamos que es un auténtico chamuyero. Pero no, era israelí. Rechacé la invitación en un principio. A pesar de eso, me terminó convenciendo con su insistencia. Fue así como esa misma noche estábamos paseando por la ciudad junto a otros viajeros.


Más tarde, se le ocurrió que viajáramos juntos. Me pintó un panorama increíble en el que podíamos ir acampando en su camioneta por el sur neozelandés. Dudé, sin embargo, me convenció de nuevo al punto que cancelé un bus que había reservado para viajar con él.


Al día siguiente, seguía dudando, sin embargo, cerca del mediodía empezamos nuestro viaje. Las primeras horas fueron de conversaciones amenas y buena música de fondo. Los problemas llegaron más tarde, cuando el camino empezó a ser precario. Mark empezó a ponerse nervioso. Insultaba a la nada y chequeaba constantemente la ruta en su celular. Eso derivó en una distracción que nos dejó tirados en una zanja al costado del camino.


Mark posa feliz con su auto.

Con el auto atascado en el medio de la nada, tuvimos la suerte de que un trabajador local paró a ayudarnos. No fue el único. El 100% de los autos que pasaron, que no fueron muchos, pararon a preguntarnos en qué podían dar una mano. Punto para Nueva Zelanda, donde la solidaridad desborda.


La solución llegó cuando un tractor tiró con una cadena de la camioneta logrando que volviera al ruedo. Felices, retomamos viaje. Sentí una inmensa sensación de alivio. “Lo peor ya pasó”, pensé. Error.



En busca de un camping gratuito, Mark manejó por un camino tres veces peor que el anterior. Era demasiado angosto, resbaloso y bordeando un lago. Me preocupé tanto que sugerí dormir en cualquier lado. Después de eternos minutos de viaje, llegamos a la nada misma. El mal llamado camping consistía en una canilla y un baño químico. Con hambre y sin poder siquiera bañarme, la noche fue horrible.


Al día siguiente, la situación era igual pero se agregó la lluvia para notificarme que siempre se puede estar un poquito peor. Pese a las circunstancias, ese día llegamos al punto más al sur de país (y más frío, debo agregar).


El punto más al sur del país.


Más tarde, volvimos a la civilización. Estábamos en Invercargill. Una vez más, decidí seguir por mi cuenta.

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